Decía el maestro Lao Tzu: ¿Quién puede aclarar las aguas turbias? Pero si se le permite permanecer quieto, se aclarará gradualmente. Estas palabras sabias de hace miles de años me acompañaron por largas horas en el silencio mientras meditaba sobre la paciencia, la impaciencia, el tiempo de expiración de las cosas y de los eventos en la vida.
Este es un momento de Ciencia y Fe para las personas que, como yo, muchas veces somos impacientes. Queremos ir la felicidad o al placer con prisa. Entre el punto de partida y la meta hay un camino por transitar, y nuestra prisa no puede borrar la distancia. Entre la visión y la realidad hay procesos creativos que deben cumplirse a pesar de nuestra impaciencia. Entre la niñez y la vejez, hay etapas de desarrollo biológico y psicológico que tendremos que vivir a su tiempo.
Creemos que podemos violar ignoraré pasos de la sanación. Hoy sabemos que las emociones pueden demorar la cicatrización. Casi siempre toma 21 días cerrar una herida con tejido nuevo fabricado por el organismo. Solo podemos acompañar este proceso con nuestra presencia. Las heridas del cuerpo físico y emocional que se abren nuevamente casi siempre son porque no respetamos su tiempo de cicatrización. Tenemos que aprender a reemplazar la impaciencia por la ocupación, por llenar el tiempo de espera con nutrición del alma y el cuerpo. Mientras esperamos que se complete la cicatriz de una herida podemos leer libros que traigan paz emocional, aprender o practicar la meditación, o incluso descubrir y desarrollar algunos de nuestros talentos. son varios los artistas y cantantes que despertaron su carrera durante una etapa de convalecencia.
Hay una historia de un maestro budista y de su estudiante que caminaban largas millas a través del campo. El maestro quería enseñarle al discípulo la práctica de la paciencia. mientras ambos caminaban se encontraron con un arroyo en medio del campo. los dos contemplaron el arroyo y siguieron su camino. Media hora después de larga caminata y de haber dejado atrás algunas millas aquel arroyo, el maestro le dijo al discípulo lo que tenía sed y le pidió que por favor le trajera agua de tomar de aquel arroyo. el estudiante no entendió porque no tomo agua justo cuando estaba frente al arroyo, pero obedeció y allá fue a buscarle agua a su maestro. Su sorpresa fue que al llegar las aguas ya no eran transparentes cómo lo estaban hace 30 minutos atrás, un campesino había atravesado el Arroyo con sus bueyes y había removido el fango de la profundidad. Entristecido el estudiante regresó al maestro contándole que ya no podía tomar agua de ese arroyo, pero que sin duda alguna más adelante en su caminata encontrarían agua de beber. el maestro le dijo a su discípulo que era de ese arroyo de donde él quería tomar agua. Allá regresó nuevamente el estudiante y se sentó a la orilla del arroyo a esperar que la tierra nuevamente bajará al fondo y el agua volviera a estar cristalina. Así tomó agua y se la llevó a su maestro, y este le dijo: “gracias has aprendido la lección de la paciencia”.
La prisa ha dejado a muchos amantes privarse de la bendición del matrimonio. La prisa ha dejado a muchos sin ver la luz que los estaba esperando, la prisa los ha paralizado. Mi versión de la historia bíblica de Sodoma y Gomorra y la mujer de Lot tiene que ver con la impaciencia de salir de los estados de energía baja. Sodoma significa energía de intriga y de traiciones. Gomorra simboliza tiranía. La familia de Lot tenía que salir de estas ciudades porque las mismas serían purificadas por el fuego. Los Ángeles les dijeron que cuando salieran de la ciudad no mirarán atrás. Me imagino la curiosidad de quien escapa de un siniestro y tiene un deseo muy grande de ver cómo el fuego lo consume todo, es difícil controlarse y esperar a que termine el fuego para ver lo que queda de todo. Esa impaciencia, esa curiosidad de la mujer de Lot pudo más que la voluntad de caminar hacia adelante y miro atrás y se convirtió en la famosa estatua de sal.
Esa misma impaciencia lavemos en algunos de los niños prodigio del cine, muchos niños que a muy temprana edad fueron presos del deseo de la fama y luego como adultos dejaron de ser protagonistas. Hay que tener la sabiduría para reconocer el tiempo y el momento para que se produzcan los eventos de nuestra vida, que no sean ni temprano ni tarde.
El libro de Eclesiastés nos da una cátedra sobre la paciencia: “Todo tiene su tiempo. Hay un momento bajo el cielo para toda actividad: El momento en que se nace, y el momento en que se muere; el momento en que se planta, y el momento en que se cosecha; el momento en que se hiere, y el momento en que se sana; el momento en que se construye, y el momento en que se destruye; el momento en que se llora, y el momento en que se ríe; el momento en que se sufre, y el momento en que se goza; el momento en que se esparcen piedras, y el momento en que se amontonan; el momento de la bienvenida, y el momento de la despedida; el momento de buscar, y el momento de perder; el momento de guardar, y el momento de desechar; el momento de romper, y el momento de coser; el momento de callar, y el momento de hablar; el momento de amar, y el momento de odiar; el momento de hacer la guerra, y el momento de hacer la paz”
Leer estos versículos me llena de confianza. me recuerdo a mí mismo que el universo opera bajo leyes ordenadas, que jamás el efecto puede ser la causa. Somos por costumbre impacientes, nos cuesta dejar ir y de a Dios actuar. Sentimos estrés cuando no vemos de forma inmediata el resultado por lo que estamos orando. La paciencia es manifestación Suprema de fe. Hay que aprender a esperar en Dios, qué quiere decir esperar que el orden divino prevalezca.
Imaginemos por un instante la flor dentro del capullo ansiosa por abrirse. Las rosas y las flores saben que hay un tiempo para su apertura, que hacerlo antes les cuesta la vida. lo mismo ocurre con las mariposas, apresurar la salida de una mariposa de su crisálida es matarla. Cuando nos coma la impaciencia podemos recordar todas estas historias, hacer silencio y afirmar: dejó ir, espero confiado, dejo a Dios actuar, y me sereno sabiendo que soy amado profundamente y bendecido abundantemente.
Al Dr. Reinhold Niebuhr, del Seminario Teológico Unión se le otorga la autoría de la Oración de la Serenidad que en los anos 40 del pasado siglo era repetida por los participantes de los círculos de alcohólicos anónimos. Ellos sabían que solo no podían, que era necesario reclutar paciencia para que la voluntad más elevada maniobrara través de ellos. Cerremos hoy con nuestra versión de esta oración:
“Mente Dios, concédeme la paciencia para aceptar las cosas que no puedo cambiar ahora, el valor y la conciencia para cambiar las cosas que puedo cambiar en mi mente y en mi mundo, y la sabiduría para conocer la diferencia y la ley. Viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; en total atención, aceptando las adversidades como mis propias elecciones en mi camino hacia la paz”
Que la Gracia y el Amor Dios te alcance donde quiera que estés.