Puede resultar de una intención de rehacer una creencia o de un deseo profundo de sanar. Casi siempre lo vemos como la oportunidad de liberarnos del dolor que creemos que alguien nos ocasionó. Estamos hablando por supuesto del perdón.
A veces confundimos el perdón con la fase de agotamiento que causa un evento. Digamos por ejemplo que tienes que enfrentar una ruptura sentimental con tu ex pareja, alguien con quien habías establecido lazos afectivos y síntomas de dependencia emocional. Supongamos que la relación terminó por causa de la infidelidad. Imaginas todos los momentos que vivieron juntos y sientes que han traicionado tu tiempo y tu dedicación a la pareja. Asumimos que no eliges el perdón para dejar de sufrir y sanar, sino que escoges el largo camino de dejar que el tiempo sane. Quizás por no tener las herramientas del perdón, le dejas al tiempo toda la responsabilidad del proceso de sanación. Con el pasar de los días, la semanas y los meses, el recuerdo de la infidelidad va doliendo menos. Es posible que durante ese tiempo aparezca una nueva pareja y el dolor que sentías en aquellos momentos ya es imperceptible y crees que perdonaste.
El dolor emocional es también un reflejo, cuando regresa el recuerdo se repite el dolor. Los reflejos que estimulamos constantemente terminan en agotarse y dejar de producir el mismo efecto. ¿Qué pasó realmente, perdonaste o se agotó el recuerdo que generaba el dolor emocional?
Los reflejos agotados no sanan los pensamientos generados por el dolor. Éstos se quedan en el subconciente sin ser perdonados, y en algún momento darán por resultado dolencias físicas, o traerán nuevamente encuentros o eventos similares. Yo he escuchado decir a algunos no saben por qué siempre son traicionados por su parejas. Lo qué pasa es que no saben perdonar y dejan a los reflejos dormir mientras se sienten agotados de la repetición. Pero ese agotamiento no es para siempre. Volverán a ser reactivados por algún recuerdo similar al que los originó.
Tenemos memorias, como pensamientos empaquetados en nuestra mente. Éstos pequeños paquetes deben ir allí después de pasar por el filtro de nuestra conciencia. Antes de qué las experiencias no satisfactorias se vayan a dormir al subconciente, debemos examinarlas, interpretarlas, ver si están llenas de miedo o de amor.
Cuándo enfrentamos una infidelidad por ejemplo, realmente no importa perdonar a nuestra pareja, ese no es el tema central del proceso de perdón. Lo que debemos sanar es el miedo a ser traicionados, sanar también las ideas que ese miedo genera y la creencia de que alguien nos debe fidelidad.
Jesús le decía a sus discípulos por qué pensaban malas cosas en sus corazones. Nuestro pensamiento divaga en ocasiones y debemos traerlo al orden. Podemos ser infieles de pensamiento, no sólo a nuestra pareja sino también a nosotros mismos. Mucjas veces dudamos de lo que queremos. Por eso el perdón de la infidelidad tiene que ver con nosotros mismos, no sirve pensar que alguien no nos puede traicionar. Ésa es una probabilidad cuántica en toda relación. Por eso debemos aprender el perdón para no tener que sufrir por ideas que hemos confundido con verdad.
En ese proceso de examen de los eventos y recuerdos que queremos perdonar, podemos utilizar afirmaciones cómo estás: soy responsable de mis recuerdos. Mis experiencias las interpreto según mi conciencia. Estoy comprometido con la evolución de mi conciencia. No tengo control de pensamientos transitorios, pero si decido cuál de ellos manifestar. Elijo ser fiel por respeto a mí mismo. Anulo todo juicio contra quien decide ser infiel. Todo dolor producido por otros es una ilusión sustentada por falta de mi amor propio. Me amo y me acepto como soy. Vivo en el amor y el amor vive en mi.