Atrás van quedando los deseos de los sentidos,
Mi mente se eleva, dejando atrás lo físico,
Menos sumergido en mi universo psicológico,
Desde el corazón, ahora vivo mis latidos.
Curioso es ver que mi ego ya no se molesta,
Acuerdo con la luz, sin resistencia alguna,
Con cada pensamiento que a la mente se escapa,
Más amor florece, sin límites, sin cuesta.
Profundo deseo de amar nace en mí,
Consciente de amar y ser amado en retorno,
Transformando mi alma en un ser sereno,
Momentos felices, repito sin fin.
Oración dulce, meditación en paz,
Los santos me acompañan en cada paso,
Alegría contagiosa en el recorrido,
Destellos de gusto, brisa suave, solaz.
Manantial de luz y gozo, desde adentro brota,
Silencio buscado, del alma y en el alma hallado,
Quiero ver el mundo cómo realmente es,
Juicios desvanecen, mente en quietud, flota.
Lentamente me acerco a tu encuentro, amada mía,
Ayúdame a purificarme en la espera,
En cada verso, en cada paso, en cada línea,
Encontrando en mi ser la esencia más querida.
En la cuarta morada del castillo interior de Teresa de Ávila, nos adentramos en un espacio sagrado que se convierte en el puente entre nuestro mundo físico y realidades trascendentales. En este estadio, el alma se entrega completamente a la guía interior, abrazando una nueva visión que trasciende las limitaciones de la realidad material y psicológica.
Uno de los aspectos más importantes de esta morada es el desarrollo de la receptividad, la cual nos permite confiar en la recepción de bendiciones y la Gracia divina de los planos superiores. A medida que avanzamos en este camino espiritual, vamos liberándonos gradualmente de los apegos mundanos para abrirnos a la esfera espiritual, al reino de los cielos y a la cuarta dimensión de la existencia.
En este estado, nuestras facultades racionales ceden ante una encomienda mística de amar y ser amados. Este amor no es de naturaleza personal, sino que trasciende el ego y nos transforma en nuestra esencia más pura, devolviéndonos a un estado de impecabilidad primordial. Como afirmaba Teresa de Ávila, en este camino no se trata tanto de pensar en exceso, sino de amar con intensidad.
La Gracia divina se manifiesta de forma inesperada, como una bendición que llega en el momento y de la forma que Dios determina. En nuestra práctica espiritual, a través de la concentración, meditación y oración, podemos experimentar “contentos” espirituales que nos acercan al contacto directo con lo divino en nuestro interior.
En determinados momentos, podemos experimentar una mayor luminosidad o lo que Teresa denomina como «gustos», que son instantes en los que somos inundados por la presencia de Dios de manera espontánea. Esta experiencia trasciende el tiempo y el espacio, y puede ocurrir en cualquier momento, no necesariamente durante la meditación o el silencio. Es en esos momentos de oración en quietud donde una corriente de paz nos envuelve, apoderándose de nuestra mente y cuerpo y permitiéndonos experimentar la presencia divina de forma tangible.
En resumen, la cuarta morada del castillo interior de Teresa de Ávila nos invita a trascender las limitaciones de nuestro mundo físico y psicológico, para abrirnos a una realidad espiritual más amplia y profunda. En este estado de receptividad y amor, experimentamos la Gracia divina de forma inesperada y nos adentramos en momentos de profunda conexión con lo sagrado que nos habita. En esos largos momentos de dialogo de nuestra alma con la luz interior, quizás estas sean las palabras que nuestra alma le diga al amado ser de luz que nos habita:
En el remanso donde moran los deseos olvidados,
se extiende la paz de un espíritu desencadenado.
Los sentidos, en su susurro, ya no dominan;
se aclara el día en que la mente resigna.
Amarras cortadas, la atención se evade,
del mundo táctil a un corazón que sabe.
Curiosa tregua, ya el ego en calma,
navega en luz, sin la más mínima alarma.
De la psique un paso atrás, del amor un salto profundo,
despierta el sentir sin límites, sin fin, sin segundo.
En cada reflejo de amor, recibo y doy,
transformando mi alma, en la vida me deshago y soy.
Reitero la alegría, cada día, cada vez,
dulce ora el corazón, en la fe su peso se deshace.
Paz nos trae la meditación, en cada suspiro, cada bocado,
la santidad contigua, un contento que jamás ha cesado.
Pasos que se mezclan con destellos espontáneos,
gustos que no llamo, mas llegan, serenos, plenos.
Como brisa de verano, inesperada, refrescante,
me acompaña el flujo del amor constante.
Del interior brota un manantial, fuente gozosa,
que refresca el ser y la luz se vuelve fabulosa.
El alma y el silencio, amantes en búsqueda,
momentos de quietud en el ruido, la más dulce huida.
Sin juicio, sin velo, el mundo se desnuda,
la esencia se muestra, la ilusión se viuda.
A ti me acerco, lo puro me llama,
en la espera, purifícame, dulce flama.
Que la paciencia guíe, amada esencia,
en el encuentro celeste, hallar la presencia.
Avanza, alma mía, en el camino, sereno,
tuyas las alas, el vuelo, el eterno terreno.