Érase una vez una dama muy devota que estaba llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas y pasar por el camino le acosaban los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía. Un buen día, después de haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso instante en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar de nuevo, esta vez con más fuerza todavía y a su sorpresa se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave.
Ella se afligió porque no había podido asistir al culto por primera vez en muchos años y no sabía qué hacer. Miró hacia arriba y justo en ese lugar, frente a sus ojos, vió una nota clavada en la puerta con una chincheta. La nota decía: “Estoy ahí fuera”.
La historia que se narra en “La Oración de la Rana” me lleva a una profunda reflexión sobre el significado del servicio en nuestras vidas. Ojalá que desde una edad temprana, todos tomemos la decisión consciente de servir a los demás, ya sea por un don innato que llevamos en nuestro ser, que se manifiesta a través de nuestras acciones, o porque elegimos una profesión y un oficio que nos permitan contribuir al bienestar de otros. Elegir servir a nuestro propio ego, en cambio, es un desperdicio del tiempo que se nos ha otorgado en esta encarnación.
Buscar un camino espiritual puede ser un proceso peligroso si no comprendemos el verdadero propósito de la vida. En mi opinión, no hemos venido a este mundo de dimensiones medibles únicamente para alcanzar un desarrollo espiritual. Prefiero pensar que, como seres espirituales ya hemos alcanzado un nivel de realización, algo que no recordamos. Venimos a cumplir una misión humana, cubiertos por un velo que nos impide ver la verdad de lo que somos, lo que nos permite servir a los demás sin preferencias ni favoritismos.
San Francisco de Asís es considerado uno de los maestros del servicio. Nació en una familia adinerada, pero a los 25 años, una experiencia transformadora lo llevó a renunciar a sus posesiones materiales y abrazar la pobreza. Inspirado por una visión en la iglesia de San Damián, donde escuchó “la voz de Cristo” pidiéndole que reparara Su iglesia, comenzó a restaurar iglesias en ruinas y a vivir como un mendigo. Es posible que esa voz no se refería a reparaciones físicas, sino a restaurar la conciencia de cuidado y amor hacia los demás. Fundó la Orden Franciscana, que se destacó por su compromiso con la humildad y el amor hacia todos los seres vivos, promoviendo una renovación espiritual dentro de la Iglesia Católica y enfocándose en el servicio a los más necesitados. San Francisco es también conocido por su profundo amor por la naturaleza y los animales, creyendo que todas las criaturas son parte de la creación de Dios y deben ser tratadas con respeto y cariño. En su despertar, comprendió la esencia del Cristo universal y la presencia de Dios en todo, así como nuestra unicidad con el todo.
Aunque no hay certeza que la conocida oración de San Francisco de Asis haya sido escrita por el, lo cierto es que refleja muy bien su decisión de vida y de servicio. Vamos hoy a recrearla con nuestras palabras.
Señor, hazme un instrumento de tu paz; ayúdame a comprender tu esencia de paz, que se convierta en mi guía práctica, permitiéndome aprovechar oportunidades sagradas para servir. Que mi espíritu se nutra ayudando a otros a descubrir el Cristo interior. Donde haya odio, permíteme llevar el amor; donde reine la mente reactiva del hombre, ayúdame a ofrecer mi corazón. Que, en lugar de ofensas, extienda el perdón y que mi percepción se transforme. Libérame de círculos de relaciones superficiales y permíteme vivir cada experiencia sin el peso del juicio. Que donde exista discordia, aporte la unión; y donde prevalezca el olvido, reviva la conciencia del Uno. Permíteme vivir siempre en la unicidad del Ser. Donde haya error, que yo aporte la verdad. En momentos de soledad, recordarme de la encarnación y llevar la visión cósmica de la perfección. Donde persistan las dudas, que yo aporte la fe. Que mi alma descubra la luz donde los ojos humanos no pueden ver. Nunca me olvide del orden ni de la ciencia de la causalidad. Donde reine la desesperación, que siembre la esperanza. Que mi conciencia abrace la intemporalidad y la impermanencia, viviendo desapegado y libre de sufrimiento. Donde haya tinieblas, que yo lleve la luz. Que tu presencia se manifieste a través de mí, portando neutralidad y discernimiento. Donde habite la tristeza, que yo cultive la alegría. Que el gozo llene eternamente mi sonrisa y mi corazón.