Por Andrés Montenegro.
Un campo grande, muy extenso, La tierra fértil y la lluvia, que a cada momento caía lo alimentaban. Un día una semilla cayó en ese suelo fértil y el suelo la cobijó. La cubrió y le dió el calor para que ella saliera el fruto, el “fruto de su interior”. Esa semilla dió a luz una vida que ya venía preñada. De ella brotó la vida con la salida del sol. Era la vida misma brotando a cada instante. Momento a momento, creciendo, dando frutos y extendiéndose por todo el terreno para hacer un árbol fuerte.
El centro de la tierra lo amamantaba y le daba su vida para que pudiera crecer fuerte y para que ningún viento lo soltara o quebrara. un día, siendo ya un árbol adulto, un hombre percibió su existencia en aquel terreno fértil. Ese hombre pensó: voy hacer crecer más árboles como este. Pero este árbol va a ser el primero de todos. Lo voy a marcar con el signo indeleble de la luz. Porque él es la luz guía de los demás árboles que van a crecer en este gran terreno, en esta gran planicie y mañana, será un bosque pleno de árboles idénticos como el primero que fue plantado aquí.
Pasó el tiempo, el árbol envejeció en ese medio pero aún tenía muchas fuerzas porque tenía las fuerzas de la tierra y del sol. Además, todavía sentía en su seno la semilla de la multiplicación. Dentro de si generaba a cada instante una nueva semilla. La evolución le permitía que en cada una de esas semillas, creciera un árbol nuevo.
Era la vida misma creciendo allí. El entorno de este primer árbol estaba cubierto de grandes plantas cuajada de sabia, enredaderas, flores y arbustos que lo adornaban. Cada día de su vida lo refrescaba la brisa, el rocío de la mañana lo cubría y ambos, brisa y roció, renovaban su vida, la rejuvenecían. Esa era la verdadera vida, la perfecta vida del Ser. Sus raíces enterradas en la tierra, sus ramas batiéndose al aire, al sol. Se unían Dios y hombre en él. La luz del sol era en él, Vida inmanente. La tierra lo mantenía, lo cobijaba, lo hacía perenne en ese medio.
Pero un día tendría que caer al suelo para hacer abono de la tierra. El ciclo de la vida se cumple: nacimiento crecimiento y muerte, todo esto encerrado dentro de la vida misma, porque Dios así quiere que sea.Un día nacemos de la tierra y volvemos a ella. Asimismo, la semilla de la vida estaba perfectamente definida en ese árbol.