El evangelio de Mateo nos narra la ocasión en que Jesús estaba orando, y cuando terminó uno de sus discípulos, que no sabemos cuál, le dijo que les enseñara a orar, así como Juan el Bautista había hecho con los suyos. Seguramente los discípulos estaban admirados por la disciplina de oración de Jesús. Ellos no entendían como él podía estar tanto tiempo en silencio. También cuentan los evangelios la vez en que Jesús les dijo que oraran, mientras él se apartaría para hacerlo, y cuando volvió los encontró durmiendo.
Desde entonces, uno de los deseos más genuinos de los guerreros espirituales es perfeccionar el arte de la oración y la meditación. Cuando pequeños nos enseñaban a hablar, y luego nos quedó gustando tanto que ahora nos resulta difícil estar en silencio. No se puede conocer a Dios sin contactarlo en el silencio del mundo interior. Por eso Jesús decía que había que ser como los niños para entrar en el reino de los cielos. Debemos activar el proceso inverso, el desaprender. Hemos aprendido muy bien a expresar el ruido de la mente con palabras mientras se nos ha olvidado reproducir la quietud en la mente para escuchar la voz suave y apacible que como un silbido nos arropa. Esa voz se escucha solamente en la quietud del aposento alto. Jesús les pedía que hicieran como él, y que entraran al corazón y cerraran la puerta mientras el Padre los escuchaba en silencio.
Juan el Bautista representa en la metafísica de Unity el intelecto iluminado. Juan predicaba el advenimiento de una nueva conciencia. Jesús nos traía esa conciencia, la chispa de divinidad en cada uno, y que puede ser avivada con la práctica espiritual Juan y Jesús enseñaban a orar de formas diferentes. Juan tenía sus predicas en público y usaba elementos físicos de anclaje como por ejemplo el bautizo con agua. Esto pudiera ser el primer paso de la oración, la relajación, en la que le damos instrucciones a nuestro cuerpo e intelecto para aquietarse y enfocarse en cosas espirituales. Jesús, por su parte, nos hacía entrar al interior, a comulgar con la presencia numinosa que él llamó Padre.
No hay una receta única para orar. Cada uno explora diferentes métodos hasta encontrar uno con el que se sienta cómodo. Unity propone un método científico y estructurado, el que por más de 130 años ha probado resultados efectivos. Este método identifica cuatro procesos, que con la práctica se van integrando, y a veces resulta difícil separar un proceso del otro. La primera referencia que tengo de estos pasos, data del año 1928 y fue publicado en un folleto de Unity escrito por la reverenda Jennie Croft. Estos cuatro procesos en su orden son: relajación, concentración, meditación, y realización.
Tratemos de explicar de forma sencilla estos elementos. La relajación es la primera orden que le damos al cuerpo y a la mente para que se aquieten y calmen. La mayoría del tiempo el cuerpo está en posición de huida, de alerta, de defensa. A través de la relajación, vamos liberando el cuerpo de tensión. Debemos asegurarnos de que estamos cómodos, conformes con la temperatura del sitio, con ropa adecuada, ojalá en un ambiente tranquilo para no ser interrumpidos durante nuestra meditación. La respiración nos puede ayudar a oxigenar el cuerpo, y liberar las toxinas acumuladas producto del estrés. Las órdenes mentales habladas o en silencio, dirigidas a diferentes partes del cuerpo también sirven en este propósito. Pudiéramos pensar que la relajación es un proceso simple, y por lo tanto podemos pasar a las otras fases de la meditación de manera apresurada. Cuando esto ocurre, el cuerpo nos traerá de vuelta para que le prestemos atención a sus incomodidades.
Cuando el cuerpo no está relajado, no podemos meditar porque la atención será desviada a aquella parte que nos está perturbando. Parece esto un juego del ego. A veces queremos meditar, y un pie se empeña en sentirse acalambrado, o de repente los pulmones se antojan y comienzan a toser. Hay que estar preparados para negociar. Podemos decirles a esas partes del cuerpo y a esas incomodidades que ya sabemos lo que está pasando pero que por algunos minutos estaremos haciendo otras cosas. La relajación es el resultado de un entrenamiento. Cuando alcanzamos ese dominio podemos hasta dormir mejor y levantarnos descansados.
El siguiente elemento por conquistar en la meditación es la concentración. Ahora nuestra atención la dirigimos a la mente. Por mucho tiempo esta se ha autodirigido, y no hemos aprendido a colocar nuestra mente en blanco, a no ser que nos den algún sedativo. La concentración en la calma mental es como un reinicio de la mente. La mente consciente e inconsciente es como el océano, siempre moviéndose, siempre con olas, impredecible en las mareas. La concentración trae calma a las aguas turbulentas. Los efectos perduran más allá de los momentos de oración y de contemplación. La concentración aumenta el enfoque y nuestra capacidad de atención. Charles Fillmore decía que la oración es la acción mental más elevada porque debemos pasar por la concentración y esta es la única forma en la que podemos organizar nuestros archivos mentales.
Los dos primeros pasos de la oración, la relajación y la concentración, nos prepara para la meditación. En la profundidad del silencio y de la calma mental estamos listos para escuchar la guía interior, la voz que clama en el desierto. Meditar es preparar nuestra recepción a la sabiduría divina, la chispa que es el Cristo en cada uno y el estado de meditación no surge de una forma forzada. No podemos ir a la oración con la intención de forzar la meditación, eso no funciona de esa forma. Si no alcanzamos la calma mental en el proceso de concentración, las aguas turbulentas de nuestra mente no van a permitir que podamos apreciar la verdad que balbucea nuestro ser. Muchas veces oramos, entramos al silencio y creemos que nada pasa. Luego, cuando estamos haciendo cualquier otra actividad, experimentamos la meditación como resultado de la concentración mental. Cuando menos lo esperamos, aparece esa idea, o esa voz, o esa imagen desde lo profundo de nuestro interior.
El último paso de la oración es la realización. Esto en Unity llamamos vida en oración. Es el resultado de la práctica acumulativa, de la intención sostenida de vivir en el mundo de las ideas divinas. A través de la realización organizamos nuestra vida, traemos a manifestación el bien que queremos expresar. La realización es confiar en el orden que prevalece detrás de todas las cosas. La realización es un modo de vida, es adoptar el proceso creativo en el orden correcto. Vivir la realización nos aleja de estar entretenidos en el mundo manifestado. La realización es saber y entender que todo lo que ocurre tiene una causa, y que esa causa es Dios. Esto no es religión, esto es ciencia espiritual. El uso adecuado del proceso creativo nos convierte en cocreadores. Hacerlo de otra forma nos hace participantes del drama en que vive la humanidad por momentos.
Te invito a colocar tu mente todo el tiempo en posición de oración, atender el llamado de tu cuerpo, darle descanso, no solamente a través del sueño, sino también a través de momentos conscientes de relajación y de quietud. Estas prácticas pueden ayudar, no solamente reducir el estrés, sino también a mejorar la claridad mental y promover una mayor sensación de calma y equilibrio en todos nuestros asuntos. La concentración mental y la meditación son prácticas de salud, de sanidad, que nos ayudan a mejorar nuestro enfoque y calma interior, y, por lo tanto, propician el terreno fértil para una fisiología saludable.