Por Myrtle Fillmore
He hecho lo que me parece un descubrimiento. Estaba terriblemente enferma, sufría de todos los males de la mente y del cuerpo que podía soportar. Los médicos y sus medicamentos dejaron de proporcionarme alivio y estaba desesperada, hasta que encontré́ el cristianismo práctico. Afirmé mis creencias y sané. La mayor parte de la curación la hice yo misma porque quería tener el conocimiento para uso futuro. Así́ es como hice lo que llamo “mi descubrimiento».
Estaba reflexionando acerca de la vida. De la vida que está en todas partes —en los animales, así́ como en la gente. “Luego me pregunté: ¿Cómo es que la vida de un animal no forma un cuerpo como el del hombre?” Después pensé́: “Un animal no tiene tanta inteligencia como el hombre”. ¡Ah! entonces hace falta inteligencia además de vida para formar un cuerpo. He aquí la clave de mi descubrimiento. La vida tiene que ser guiada por la inteligencia para tomar forma. La misma ley obra en mi cuerpo. La vida es simplemente una forma de energía y tiene que ser guiada y dirigida en el cuerpo humano por la inteligencia del hombre. ¿Cómo comunicamos inteligencia? Por medio del pensamiento y la palabra, por supuesto. De repente, se me ocurrió que podía hablarle a la vida en todas partes de mi cuerpo para hacer que este funcionara según yo dispusiese. Empecé a disciplinar mi cuerpo y obtuve resultados maravillosos.
A la vida en mi hígado, le dije que no era torpe ni inerte, sino vigorosa y enérgica. Le dije a la vida en mi abdomen que no era débil o ineficiente, sino vigorosa, fuerte e inteligente; que no estaba infestada con ideas ignorantes de enfermedad puestas allí por mí y por los médicos, sino que estaba llena de energía divina, dulce, pura y perfecta. Le dije a los miembros de mi cuerpo que eran activos y fuertes; a mis ojos que no veían por sí solos, sino que expresaban la visión del Espíritu y recibían su fuerza de una fuente ilimitada; que eran ojos jóvenes, claros, brillantes, porque la luz de Dios brillaba a través de ellos. Le dije a mi corazón que el amor puro de Jesucristo fluía en y a través de sus latidos y que todo el mundo sentía sus gozosas pulsaciones.
Me dirigí a todos los centros de vida en mi cuerpo y les hablé palabras de Verdad, fuerza y poder. Les pedí perdón por la actitud insensata e ignorante que había asumido en el pasado, cuando los condenaba llamándolos débiles, ineficientes y enfermos. El que se demoraran en despertar no me desalentaba, sino que seguía adelante, tanto en silencio como audiblemente,
declarando palabras de Verdad hasta que los órganos respondían. No me olvidé de decirles que ellos eran Espíritu libre e ilimitado y no esclavos de la mente carnal; que no eran carne corruptible, sino centros de vida y energía omnipresente.
Entonces Ie pedí al Padre que me perdonara por haber desperdiciado Su vida en mi organismo. Le prometí que nunca, nunca más, retardaría la corriente libre de esa vida a través de mi mente y cuerpo con ningún pensamiento o palabra falsa; que siempre la bendeciría y estimularía con pensamientos y palabras de Verdad en su sabia labor de edificar mi cuerpo templo; que usaría toda diligencia y sabiduría al dirigirla según mi voluntad.
También me di cuenta de que usaba esta vida del Padre para pensar y decir mis palabras, por lo que tuve cuidado de lo que pensaba y decía.
No dejé que entrara a mi mente ningún pensamiento de preocupación o de ansiedad y dejé de murmurar, de hablar palabras violentas, frívolas y petulantes. Elevaba una pequeña oración cada hora para que Jesucristo estuviera conmigo y me ayudara a pensar y a hablar sólo palabras de bondad, amor y verdad. Tengo la seguridad de que EI está conmigo, porque me siento en paz y feliz ahora.
Quiero que todo el mundo conozca y use esta ley bella y verdadera. No es un descubrimiento nuevo, mas cuando lo uses y recojas sus frutos de salud y armonía, te parecerá algo nuevo, como si fuera tu propio descubrimiento.